lunes, 2 de enero de 2017

Un mes con Don Bosco – Día 02: “El pequeño prestidigitador y saltimbanqui”

Juan ha visto un ejército de muchachos, en el sueño. Aquel Señor y aquella Señora le han invitado a hacerles el bien. ¿Por qué no comenzar en seguida? Muchachos, ya conoce bastantes: los compañeros de juegos, los pequeños mozos que viven en los caceríos espacidos por los campos. Muchos son buenos muchachos, pero otros son vulgares, blasfemos.
En invierno, muchas familias pasaban juntas la velada en un establo grande, donde los bueyes y las vacas hacían de radiadores. Mientras las mujeres hilaban y los hombres fumaban la pipa, Juan comenzó a leer a sus amigos los libros que le prestaba don Lacqua: Guerino Meschino, La historia de Bertoldo, Los Pares de Francia. Tuvo éxito fulminante. <<Todos me querían en el establo -cuenta él-. A mis compañeros se unía gente de toda edad y condición. Todos gozaban pudiendo pasar la velada escuchando sin moverse al pobre lector de pied sobre un banco para que todos pudieran verlo>>. Escribe aún: <<Antes y después de mis cuentos, hacíamos todos la señal de la Santa Cruz con el rezo del Avemaría>>.
En el buen tiempo las cosas cambian. Las historias ya no interesan. Para reunir a sus amigos, Juan comprende que debe hacer algo <<maravilloso>>. Pero, ¿qué?
Las trompetas de los saltimbanquis resuenan en la colina vecina. Es día de feria. Juan va con su madre. La gente compra, vende, discute, enreda. Y se divierte. Se amontona alrededor de los prestidigitadores y de los acróbatas. Juegos de prestigio, ejercicios de destreza hascen quedarse con la boca abierta a los campesinos. He aquí lo que podría hacer también él. Es preciso que se ponga a estudiar los secretos de los equilibristas y los trucos de los prestidigitadores.
Pero los grandes espectáculos se ven sólo en las fiestas patronales: los equilibristas bailan en la cuerda, los prestidigitadores hacen el <<juego de los cubiletes>>. Es decir, los juegos de prestigio más espectaculares: sacar palomas y conejos de los sombreros, hacer desaparecer a una persona, partirla en dos partes y luego hacerla aparecer íntegra. Muy admirados son también los <<sacamuelas sin dolor>>.
Pero para ver estos espectáculos se paga el billete, dos perras. ¿De dónde sacarlas? Margarita, consultada, responde:
-Arréglate como quieras, pero no me pidas dinero. No lo tengo.
Juan se arregla. Caza pájarons y los vende, fabrica cestos y jaulas y los contrata con los ambulantes, recoge hierbas medicinales y las lleva al boticario de Castelnuovo.
De este modo logra ponerse en las primeras filas de los espectáculos. Observando atentamente, comprende el equilibrio que en la cuerda da aquella asta larga y sutil que se llama el <<balancín>>, nota el rápido movimiento de los dedos que esconden el truco de los prestidigitadores.
En casa intenta hacer los primeros juegos. <<Me ejercitaba en ellos días y días hasta aprenderlos.>> Para hacer salir los conejos del sombrero, para caminar sobre la cuerda, hacen falta meses de ejercicio, de constancia, de porrazos. <<Puede ser que no me creáis -escribe Don Bosco-, pero a mis once años hacía juegos de manos, daba el salto mortal, hacía la golondirna, caminaba con las manos andaba, saltaba y bailaba sobre la cuerda como un profesional>>.
Una tarde de domingo, en pleno verano, Juan anuncia a los amigos su primer espectácilo. Sobre una alfombra de sacos extendidos sobre la hierva, hace milagros de equilibrio con frascos y cacerolas sostenidos en la punta de la nariz. Hace abrir la boca a un pequeño espectador y saca de él decenas de pelotitas coloradas. Trabaja con la varita mágica. Y, al final, salta sobre la cuerda y camina por ella entre los aplausos de los amigos.
La voz corre de casa en casa. El público crece: pequeños y grandes, muchachas y muchachos, incluso personas ancianas. Son los mismos que en los establos le oían leer Los Pares de Francia. Ahora le ven hacer salir de la narizota de un campesino ingenuo una fuente de monedas, cambiar el agua en vino, multiplicar los huecos, abrir el bolso de una señora y hacer volar una paloma viva. Ríen, aplauden con las manos.
Antes del numero final, sacaba del bolsillo el Rosario, se arrodillaba e invitaba a todos a rezar. O repetía el sermín escuchando por la mañana en la parroquia. Era la oferta que pedía a su público, el billete que hacía pagar a pequeños y grandes.
Luego, el final brillante. Ataba una cuerda a dos árboles, se subía, caminaba sosteniendo un rudimental balancín, entre silencios repentinos y ovaciones frenéticas. <<Después de algunas horas de estas recreaciones -escribe-, cuando yo estaba bien cansado, cesaban todos los juegos, se hacía una breve oración y cada uno se iba a su casa>>.
PISTA DE REFLEXIÓN
Juan Bosco no sólo hacía que sus compañeros se divirtieran, sino que los invitaba a rezar. Rezar quiere decir hablar con Dios, y es una de las cosas más importantes de la vida.
¿Rezo durante el día?
¿Por la mañana?, ¿el domingo, participando en la Misa?, ¿antes de las acciones más importantes pido al Señor que me ayude?, ¿despiés de un acontecimiento feliz le digo <<gracias>>?.
Después de haberle ofendido, ¿le pido perdón?
¿Le rezó por mi papá, mi mamá, mis seres queridos?
ORACIÓN
Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco, que tanto trabajaste por la salvación de las almas, sé nuestro guía en buscar nuestra salvación y la salvación del prójimo.
Ayúdanos a vencer las pasiones y cuidar el respeto humano.
Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.
Alcánzanos de Dios una santa muerte para que podamos encontrarnos juntos en el cielo. Amén.

domingo, 1 de enero de 2017

Un mes con Don Bosco DIA 01

En el libro de sus memorias, Don Bosco contó: <<A los nueve años tuve un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para toda la vida. Me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos.
En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo; pero su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras:
-No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles que el pecado es una cosa mala, y que la amistad con el Señor es un bien precioso.
Aturdido y espantado, dijo que yo era un pobre muchacho ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos jovencitos. En aquel momento, los muchachos cesaron en sus riñas, alborotos y blasfemias y rodearon al que hablaba. Sin saber casi lo que me decía, añadí:
-¿Quién sois vos para mandarme estos imposibles?
-Precisamente porque esto te parece imposible, debes convertirlo en posible por la obediencia y la adquisición de la ciencia.
-¿Cómo podré adquirir la ciencia?
-Yo te daré la maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad.
-Pero, ¿quién sois vos?
-Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día.
-Mi madre me dice que no me junte con los que no conozco sin su permiso; decidme, por tanto, vuestro nombre.
-Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.
En aquel momento vi junto a él una Señora de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una estrella refulgente. La cual, viéndome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó que me acercase a ella, y tomándome bondadosamente de la mano me dijo:
-Mira.
Mire y me di cuenta de que aquellos muchachos habían escapado. En su lugar vi una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros varios animales. La Señora majestuosa me dijo:
-He aquí tu campo, he aquí donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que ocurre en estos momentos con estos animales, lo deberás tú hacer con mis hijos.
Volví entonces la mirada y, en vez de los animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos que, haciendo fiestas al Hombre y a la Señora, seguían saltando y bailando a su alrededor. En aquel momento, siempre en sueños, me eche a llorar. Pedí que se me hablara de modo que pudiera comprender, pues no alcanzaba a entender qué quería significar todo aquello. Entones ella me puso la mano sobre la cabeza y me dijo:
-A su debido tiempo todo lo comprenderás.
Dicho esto, un ruido me despertó y desapareció la visión. Quedé muy aturdido. Me parecía que tenía deshechas las manos por los puñetazos que había dado y que me dolía la cara por las bofetadas recibidas.
Por la mañana conté enseguida aquel sueño: primero a mis hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: “Tú serás pastor de cabras, ovejas y otros animales”. Mi madre: “¡Quién sabe si un día serás sacerdote!”. Antonio, con dureza: “Tal vez, capitán del bandoleros”. Pero la abuela, analfabeta del todo, con ribetes de teólogo, dio la sentencia definitiva: “No hay que hacer caso de los sueños”. Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca pude echar en olvido aquel sueño>>
PISTA DE REFLEXIÓN
El Señor pide al muchacho Juan Bosco que no pegue a sus compañeros, sino que los trate con bondad y caridad.
Me lo pide a mí también.
¿Sé vencer la violencia? ¿Logro dominarme cuando tendría ganas de insultar, decir palabrotas, pegar?
¿Soy bueno? ¿Sé perdonar, ser gentil, también con quien es antipático? ¿Tengo caridad? Es decir, ¿hago el bien a los demás aún cuando me cuesta?
ORACIÓN
Oh Padre y maestro de la juventud, San Juan Bosco, que tanto trabajaste por la salvación de las almas, sé nuestro guía en buscar nuestra salvación y la salvación del prójimo.
Ayúdanos a vencer las pasiones y cuidar el respeto humano.
Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia.
Alcánzanos de Dios una santa muerte para que podamos encontrarnos juntos en el cielo. Amén.